Recortar un relato

El vigilante de la Sala de Estudio

Los Relatos Románticos

En ocasiones, para participar en un concurso tienes que adaptarte al número de caracteres o de palabras que debes emplear para participar en él. Ya hemos hablado de que está muy de moda los relatos breves, brevísismos e hiperbreves. Pues bien, he de reconocer que no soporto esta parte del oficio (que eso es escribir: un oficio que se aprende) y no me gusta porque las historias pierden algo cuando eliminas caracteres, cuando resumes, sintetizas o reduces su contenido pues en esto de escribir si algo lo puedes decir bien y bonito es mejor no ahorrar palabras.

Os propongo un relato en el que tuve que hacer hasta cinco versiones para llegar al número de palabras exigidas en cierto concurso, podréis apreciar cuánto pierde el relato al cercenarle, amputarle o cortarle parte de la historia. De esta lección aprendí que si un relato sale bien a la primera y no sale el número aproximado de caracteres cuenta otra historia porque jamás saldrá mejor que la primera propuesta.



La disculpa de este relato es la Rima XXXIV de Gustavo Adolfo Béquer, esa que dice:


Cruza callada y son, sus movimientos,
silenciosa armonía:
suenan sus pasos, y al sonar recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica
Los ojos entreabre, aquellos ojos
tan claros como el día;
y la tierra y el cielo, cuanto abarcan,
arden con nueva luz en sus pupilas.
Ríe, y su carcajada tiene notas
del agua fugitiva;
llora, y es cada lágrima un poema
de ternura infinita.
Ella tiene la luz, tiene el perfume,
el color y la línea,
la forma engendradora de deseos,
la expresión, fuente eterna de poesía.
¿Qué es estúpida? ¡Bah!  Mientras callando
guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá lo que yo creo que calla
más que lo que cualquiera otra me diga.

Y la primera versión del Relato dice así:


EL VIGILANTE

Mirando al infinito, la sala permanecía como suspendida en el tiempo, la oscuridad exterior dibujaba un paréntesis de luz pues la iluminación interior era refulgente e intensa. Las fichas de la biblioteca, a mi izquierda, cayeron tras tropezar mi mano. Me agaché a recogerlas y un intenso olor a hierbabuena y almendro llegó hasta el lugar donde me encontraba procedente del pasillo.

Unos zapatos rojos repiqueteaban sobre el suelo; pude ver las largas y estilizadas piernas de una bella mujer con el mismo color del vestido de escasa falda que dejaba ver una piel blanca y pura; el pelo ondulado y suelto, y un rostro misteriosamente oculto desde donde me encontraba.

Recorrió el corredor hasta el final de las mesas y se detuvo en la mesa veinticinco, allí dejó un pequeño paquete. Al regresar en sentido contrario me detuve más en ella, y recordé ciertos versos de Bécquer:


Cruza callada, y son sus movimientos
silenciosa armonía;
suenan sus pasos, y al sonar, recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica...”

Al salir por la puerta dejó suspendido en el aire los aromas frutales del almendro y suspiré profundamente ante lo efímero de la belleza, mas dejó otra cuestión en mi cabeza pues la chica era bella y misteriosa, es cierto, pero conducía en su mano algo que me intrigaba fuertemente.

Me levanté y me conduje hasta la mesa veinticinco de forma tranquila y sosegada, el aire conservaba los efluvios adolescentes de la joven mezclados con la hierbabuena y el almendro... “la belleza que se resiste a dormirse en el cerebro”, pensé.

Llegué a la mesa e intenté recordar quién se solía sentar en aquel lugar y nadie venía a mi cabeza, observé los papeles que sobre la mesa descansaban y nada me indicaba nada del desconocido personaje: un bolígrafo de acero a la derecha, unos folios en blanco y otros escritos en azul y con marcas rojas en el mismo. Un libro de filosofía, en alemán, y otro más pequeño de álgebra en inglés. Una pequeña tarjeta con la tabla de elementos químicos y una poesía escrita en la esquina derecha, casi al borde de la mesa.

Miré a mi alrededor por si alguien me observaba, me rasqué la cabeza al observar que nadie me miraba... Aquello era un galimatías, la expresión de un hombre caótico o un reto preparado para mí. Intenté leer lo que estaba escrito en el folio..., parecía griego.

  • ¡Anda ya! - Sorprendido, intenté leer los versos escritos en la esquina de la mesa.


Abre sus ojos...”



  • ¿Pe... pero esto qué es?. - La segunda estrofa del poema que acababa de recordar... “¿Quién podía saber mis pensamientos más ocultos?”

Corrí hasta mi mesa, encendí el ordenador y busqué la rima de Bécquer. Allí, entre tanto galimatías, había un mensaje para mí.

  • Ah, aquí está... La Rima XXXIV... - Leí y releí el poema, nada descubrí.

Regresé a grandes zancadas a la mesa veinticinco y abrí la caja con cuidado de poner las cosas como estaban, en cualquier caso. Se cayó de mis manos la foto que contenía en su interior, resbaló hasta el pie de la mesa contigua, la volteé... Mi imagen, sentado en mi mesa de vigilante, mirando hacia la chica de rojo aparecía ante mis ojos de forma llamativa. “¿Cómo pudo entregar esta foto la chica, si ha sido tomada mientras ella llevaba la caja hasta este sitio?”

Giré la cabeza nuevamente a un lado y luego al otro, nada parecía extraño; la hora de cerrar se acercaba y los pocos estudiantes e investigadores que quedaban recogían sus cosas y tomaban el camino de salida. Miré la foto repetidas veces y descubrí que había sido tomada desde la mesa 34, la misma mesa que el número de la Rima en que había pensado a causa de unos efluvios juveniles que se habían colado en mi nariz deteniendo el tiempo.

Me acerqué sigiloso hasta esa mesa por detrás, allí había alguien escribiendo en un ordenador. Me aproximé hasta el límite de lo razonable e intenté leer lo que ponía, en ese momento escribía...

...intenté leer lo que ponía, en ese momento escribía...”

  • Pero, ¿cómo?, ¡no puede ser! - nada más decirlo aparecía escrito en el ordenador lo mismo que decía en alto.... El tipo se giró para verme la cara...
  • Hombre, vigilante, ¿cómo está? Me alegro de verle la cara porque... ¿sabe usted? ¡No sabía cómo describirlo!. Pensé en ponerle bigote, mayorcete y gordito... Pero eso le haría un viejo verde y usted no es un viejo verde, es tan solo un romántico empedernido que vio hoy un poco de luz en su rutinaria vida, ¿no es así?
  • Usted dirá – le contesté – yo no pienso más que lo que usted me diga que piense...
  • Hombre de Dios, pero yo le quiero libre... ¡libre!... ¿Me entiende?
  • Sí, sí y así soy porque usted lo quiere. Si me hubiera escrito esclavo, lo sería. ¿No ve usted que jamás he salido de esta sala de estudio?.... Nunca, ¿lo sabía?
  • Es que usted, es tan solo un personaje de un microrrelato. Ya me gustaría a mí que fuera un personaje de una novela, sin embargo las editoriales... No quieren, ¿se da cuenta?... El dinero y el tiempo, ¡usted no tiene ese problema! En fin, ya seguiremos la charla, dese cuenta que ahora tengo que limitar su historia a trescientas palabras... Y se salva usted, amigo... ¡Porque había pensado en matarle!
  • Gracias, gracias... No solo por darme la vida, sino por haberme permitido ver a la mujer más bella del mundo.
  • De nada amigo – Me despedí triste de mi creador, ¡oh mi creador!... Regresé a la mesa nuevamente y me senté... porque yo jamás saldré de esta sala de estudio, de este breve relato. Y seguí leyendo la Rima XXXIV

"¿Que es estúpida?... ¡Bah! Mientras callando
guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla
más que lo que cualquiera otra me diga.”




Tal y como dice el relato, me puse manos a la obra para adaptar este relato al número de palabras exigidos por el concurso y, al final resultó este otro relato bien diferente. No fue fácil, pues iba notando cómo, a cada recorte, el relato perdía vida, frescura, gracia. Y con ésto el personaje principal perdía entidad, total... ¡un ejercicio nada recomendable!

Este fue el resultado:



EL VIGILANTE DE LA SALA DE ESTUDIOS V4

La sala permanecía como suspendida. Recogí las fichas que se habían caído, un intenso olor a hierbabuena alcanzó el lugar donde me encontraba; una mujer de rojo, fiel expresión de la belleza, repiqueteaba con sus tacones a lo largo del pasillo. Se detuvo en la mesa veinticinco para dejar un pequeño paquete. Al regresar me fijé en su rostro y recordé ciertos versos de Bécquer:

Cruza callada, y son sus movimientos
silenciosa armonía;
suenan sus pasos, y al sonar, recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica...”

Me acerqué a esa mesa cuando salió, el aire conservaba su fragancia... “la belleza se resiste”, pensé. No recordaba quién se sentaba allí, tan solo vi letras griegas; un libro de filosofía, en alemán, y otro de álgebra, en inglés; una pequeña tabla periódica y una poesía en la esquina derecha. Aquello era viva expresión del caos... y leí el poema.

Abre sus ojos...”

Era la segunda estrofa de las Rimas... “¿Quién conocía mis propios pensamientos?” Abrí la caja y volteé una foto... ¡Era yo mientras miraba la chica de rojo!... “¿Cómo pudo entregar ella esta foto?” Descubrí que había sido tomada desde la mesa 34, el mismo número de la Rima. Me acerqué sigiloso, alguien escribía en un ordenador y leí por encima...

...y leí por encima...”

  • ¡Ah, es usted!, - me dijo – quería conocerle... Al final, ¡otro romántico empedernido!... Puede irse.
  • ¡Quiero ser libre! - Musité
  • Oh claro, pero usted es un personaje de un pequeño relato, compréndalo
    Me senté en mi silla y seguí leyendo a Bécquer
...¿Que es estúpida?... ¡Bah! Mientras callando
guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá, a mi ver, lo que ella calla
más que lo que cualquiera otra me diga.”

Y así es”

FIN


El estilo, el perfil del relato, la capacidad de sorpresa... todo queda recortado cuando eliminamos caracteres de una historia inicial, hay que ser un maestro para recortar y sacar ganancia a mi entender y, si no, a las pruebas me remito. De un relato romántico, al acomodarlo al tamaño exigido, perdemos el romanticismo.


Muchas gracias por leer el blog.

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