El oficio o arte de escribir

La Palmera Inquieta

La necesidad de escribir: inspiración y dedicación

Hay una canción de Manolo García que dice lo siguiente: "Por si el tiempo me arrastra a playas desiertas, hoy cierro yo el libro de las horas muertas. Hago pájaros de barro y los echo a volar..."



Si buscamos en el diccionario (de la RAE, por supuesto) el significado de "oficio" nos responderá que se trata de "una ocupación habitual, de una profesión de alguna arte mecánica". Después buscamos "arte" y a esta búsqueda curiosa nos dirá que se trata de "virtud, disposición y habilidad para hacer algo".

Podríamos seguir cerrando el asunto con la búsqueda de la palabra "virtud", pero no creo que sea necesario pues entre el oficio y el arte se encuentra esto de ESCRIBIR.

Recuerdo levemente alguna secuencia de cierta película - quizá alguien que lea esta entrada me pueda ayudar a recordarla - en la que una persona era capaz de sacar extraordinarias figuras de un trozo de madera, alegando que tal figura estaba ya dentro de ese torpe trozo del tronco de un árbol y que él solo le ayuda a salir de allí.

Tal es la función del escritor.


Los personajes, las historias que se cuentan, ya están en el papel en blanco y solo el oficio de esculpir con oficio mediante la tarea repetitiva de sujetar al predicado el sujeto y hacerlo concordar de forma armónica hace nacer a los personajes; las historias que les suceden no son otra cosa que la narración de lo que esos personajes hacen casi de forma involuntaria respecto al escritor, que no es otra cosa que un observador de esos acontecimientos. Porque, ellos luego, cobran vida dentro del papel en blanco.

La mayoría de las personas que se dedican a escribir, ya sea de forma profesional o aficionado, te hablarán del impulso, la inspiración y la necesidad de contar esas historias que brotan de su imaginación o incluso de un trabajo proceloso de documentación. Y esta es una realidad palpable y evidente. Lo mismo que dar a conocer la obra escrita y someterla a juicio del público.

Todas estas cuestiones del oficio de escritor se resumen en un breve relato que sin ser autobiográfico, tiene que ver con lo que hacemos cuando escribimos. El relato se llama La Palmera Inquieta y aquí os lo presento, espero que os guste porque al final escribir no es otra cosa que hacer lo de Dylan: llamar a las puertas del cielo por si se abrieran las puertas, ya sabes knock, knock, knocking on heaven´s door, en el mejor sentido de la expresión.


LA PALMERA INQUIETA

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, como aquel día en que mirándome en el espejo descubrí quién era en realidad. El reflejo de ojos inquietos me devolvió la mirada con su iris de metal al modo de la lluvia tras la ventana, con la melancolía del pasado cuando regresa a los vastos campos actuales, con esa cadencia húmeda en el cristal. El vidrio recordó los marchitos sueños juveniles y desveló la determinación de la edad madura: “Tú solo haces una cosa con arte... ¡Escribe!”

Y me senté en el viejo escritorio de raídas esquinas con la misma mirada de mi abuelo. Fuera, la palmera que daba nombre a la casona, mecía la lluvia al son del viento mostrando la extrañeza de sentirse amarrada a una tierra hecha de agua. El espejo dijo la verdad, el escritorio improvisó sus historias y el tiempo se hizo aire.

El papel en blanco se llenó de extraños garabatos, los personajes que no existían nacieron a la vida de mi mano. Entre aquellas hojas blancas surgieron un trasunto de historias inventadas que llenaron librerías y, en ocasiones, obtuvieron premios; galardones que brotaron, de forma paradójica, en una mirada de lluvia dentro de un espejo.

Llueve mansamente y sin parar, como aquel día en que me reconocí en un reflejo de agua... Discúlpeme..., la palmera inquieta hizo el resto. 



Tal es lo que le sucede un día a quien se dedica a escribir. Se mira al espejo y dentro hay alguien que quiere contar historias. Estas historias, las mías, las puedes encontrar en los siguientes accesos:

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