Un relato más bien romántico (I)


La colina del olvido

Un relato en tres partes: introducir un relato

Es curioso cómo el tiempo que transcurre modifica lo que entendemos por una palabra o un concepto. Si hoy acudimos a leer una novela o ver una película romántica o apreciamos un cuadro romántico poco tendrá que ver con aquella corriente de pensamiento y artística del siglo XIX. Lo mismo sucede con los relatos.

Beso y Flor de María Pilar Franco Aguilera
Una visión romántica dentro del Arte Contemporáneo

Si hoy observamos el apuntamiento de los sentimientos, la exageración en la apreciación de la juventud, la muerte o el amor en aquellos cuentos de Edgar Allan Poe, poemas de Gustavo Adolfo Bécquer o José de Espronceda; cuadros de Caspar Friedrich o de Turner con ese particular  gusto por el sentimiento extremo, las altas colinas, los mares embravecidos y la subjetividad pensaremos que aquello poco puede parecerse a nuestra visión actual de lo romántico..

Hoy no manejamos la definición de romanticismo que en la primera mitad del siglo XIX se manejaba y jamás entenderíamos por romántico a aquel que ve en la muerte algo atractivo, bello y espiritual desde tal punto de vista. Un autor romántico es, en la actualidad, una persona vitalista con apego a la perpetuación del amor y no la pasión por su final histriónico, por ejemplo.

El modo en que los autores románticos trataron las cosas dejaron una nueva definición de belleza que hasta entonces no existía. Incluso me atrevo a decir que la belleza cobra una dimensión mucho más principal que la que antes o ahora tiene. Parece como si tuvieran, los autores románticos un cristal que distorsiona la realidad.


Caminante sobre un mar de nubes, de Caspar David Friedrich

El relato actual, sin tener todos estos elementos, participa de alguno de ellos. Como en los relatos de serie negra lo dividiremos en tres partes. Espero que os guste.


LA COLINA DEL OLVIDO PARTE 1

La colina ondulada dibujaba un horizonte artificial. En lo alto, la vieja mansión de los Sánchez de Comillas se perfilaba sobre un antiguo castillo revestido en forma de palacio. La vieja planta cuadrangular con sus cuatro torreones había dejado paso a cuatro almenas con tejado de pizarra negra y una serie de ventanas ordenadas al modo racional, trazadas con la distancia exacta y perfectamente a medida allá por 1810 cuando la fortuna de la familia había permitido recuperar las viejas glorias del pasado y rehabilitar los títulos ganados por la familia en la Edad Media. Aquellos títulos logrados sirviendo a los reyes castellanos cuando estos eran obtenidos - lejos de un palacio - en un campo de batalla.

El Alcázar de Segovia, una visión romántica

Entre esas dos épocas, un periodo oscuro en que los distintos sucesores apenas lograron conservar los antiguos títulos sin llegar a acrecentarlos ni darles la dignidad que tuvieran en su día. Tiempos en que fueron nobles de pobreza vergonzante. No obstante lograron mantener las propiedades aunque no tuvieran, en ocasiones, mendrugo de pan que llevarse a la boca. La hidalguía tenía esas servidumbres, si no eras servidor del gusto del Rey, la vieja alcurnia no te permitía adquirir el oficio menesteroso con que obtener los emolumentos necesarios para así conservar títulos, propiedades y procurar los imprescindibles alimentos.

Fue Luis Sánchez de Comillas y Arriaga quien, con fama de rebelde dentro de la familia, tuvo ocasión de viajar a París en los tiempos posteriores a la Revolución y aprender el oficio de la imprenta de libros - primero - para, posteriormente, dedicarse junto a su amigo, Jacques de Rapuniare, a la edición de obras que hasta la fecha resultaban prohibidas en la Francia de la época.

Con los aires violentos de la Revolución Francesa y los nuevos usos y costumbres que la época trajo consigo, Luis Sánchez de Comillas regresó a España con la ocasión del reinado de José de Bonaparte, hermano del Emperador de Francia. Ligado a esa corte, en una segunda línea que le permitió permanecer ajeno a los muchos problemas que en España tuvo ese reinado, hizo una gran fortuna y ayudó a que los vientos de una cierta modernidad calaran en el entorno familiar. Nada que el poderoso caballero y vil metal no hiciera por convencer a las tradiciones familiares, las cuales inclinaron la cerviz en favor de los trabajos necesarios para obtener el capital, pero sin llegar a perder el título ganado.

Cortejando a una dama del Siglo XIX

Así, estableció una imprenta en un barrio cercano a la Corte de Madrid y publicó las obras que precedieron a la Revolución Francesa con gran éxito entre los muchos personajes y curiosos que pululaban por una ciudad que, por aquel entonces, estaba ansiosa de cambios pues sentía la claustrofobia de las rancias costumbres que hacía de Madrid, en realidad, una ciudad de monasterios y conventos rodeados de casas y algún que otro palacio de bienhechores y benefactores de esos monasterios y conventos. No era un ambiente agradable el de la ciudad que, aferrada a sus malos reyes, querían las nuevas costumbres que traían los nuevos gobernantes pero no a los gobernantes nuevos que traían esas costumbres nuevas.

Luis Sánchez de Comillas contrajo entonces matrimonio con Clotilde Buenaescusa haciendo caso a la presión familiar, pero el Conde de Argamasilla - ese era el título nobiliario heredado que ostentaba - no estaba dispuesto a hacer mucho caso de las costumbres españolas más tradicionales y mantuvo ciertas relaciones liberales con algunas de las mujeres de la corte de José de Bonaparte, pues no en vano el Conde era de aspecto aseado e interesante para esas damas. Había aprendido algo más que un oficio con Jacques de Rapuniare y no estaba dispuesto a que su disoluta vida de juergas nocturnas y correrías con las más distinguidas féminas murieran por un matrimonio concertado sin amor ni pasión alguna.

Romance en el Siglo XIX
Clotilde dio a luz, antes de que las tropas inglesas y españolas expulsaran a los franceses de las tierras patrias, a dos vástagos: un varón primero y una mujer después en el reformado palacio de Argamasilla del Olivo que, a pesar de las primeras alegrías, no lograron calmar las pasiones libidinosas de un hombre libertino y cruel. Don Luís quería a sus hijos, pero el secreto desprecio que tenía hacia su esposa Clotilde era mucho más fuerte que el afecto discreto que sentía por sus dos sucesores legítimos.

Clotilde les puso por nombre Jaime, al niño - que conservó el título principal -, y Juana a la niña que obtendría el título de Condesa de la Encina al alcanzar la mayoría de edad, y cuya historia es la causa principal de mis desvelos e infortunios. Una historia de desenfreno, misterio y locura.

Visión de la muerte desde un punto de vista romántico

Continuará (…)

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