La Micronovela Parte 1
Otra de investigadores y crímenes
El periodista husmeador
En esto de escribir llevo muchos años, pero pocos desde que me lo tomo en serio. Y por "en serio" entiendo hacer de lo que escribo el eje central de mi vida, mi modo de expresión principal. Bueno, pues desde que me lo tomo en serio he ido descubriendo la cantidad de formas distintas de expresión escrita actualmente.
In her eyes by Adam Clague |
En muy pocas décadas, las fronteras - en casi todos los sentidos - parecen desaparecer o están poco definidas y podemos encontrar desde poesía en prosa hasta prosa poética; relatos, cuentos con una dimensión propia de una novela y que no llega a ser, en absoluto, una verdadera novela.
Así, he encontrado un subgénero, digamos menor, del que todavía no sé bien cuál es el elemento definitorio. Se llama la Micronovela. Estoy seguro que habrá quién sí lo tenga claro, pues doctores tiene la iglesia, pero en mi humilde opinión lo que sucede es, simplemente, que las fronteras son hoy más permeables que ayer.
Podría decir que lo que os presento es una micronovela básicamente por lo que no es o no llega ser. No es un cuento porque su tamaño excede al del cuento o el relato, porque su división en capítulos y su expresión narrativa contiene todos los elementos de una novela; y no es una novela, siquiera breve, porque no tiene su dimensión. De acuerdo, pues nos movemos sobre la frontera entre el Relato, el Cuento y Novela. Algo es algo.
En esta novela el personaje central, el narrador, es un periodista. El clásico husmeador que descubre la trama y la resuelve (supongo) al estilo propio de muchas otras novelas negras o películas de este género. Pongamos que hablo como ejemplo de "L.A. Confidential", la extraordinaria película de Curtis Lee Hanson interpretada por Russell Crowe, Kevin Spacey, Danni DeVito y Kim Bassimger, entre otros.
Ya sabes la película en que se dice eso de "El lugar donde todo el mundo es sospechoso, todo el mundo está en venta y nada es lo que parece"
Comencemos (desconozco si habrá más partes, todo se andará) con esta Micronovela donde un periodista husmea en la vida de un pintor que parece enloquecer (y ya anticipo demasiado) tras la aparición de un misterioso libro (y no paro de anticipar) de un autor desaparecido.
EL PINTOR
CAPÍTULO
1. LA CARTA
Habíamos
quedado en el café muy temprano cuando los coches apurados se
rendían a la impaciencia del ritmo frenético de la ciudad y a las
exigencias de la hora punta. Salí del metro de Plaza de Castilla
despojándome de los olores que se impregnaban entre los túneles de
esta otra ciudad interior, hacía frío y las nubes altas se
agrupaban en masas de algodón que techaban la mañana. La prisa de
la gente contrastaba con mi tranquilidad.
Encendí
la pipa respirando previamente del fuerte olor a invierno que
desprendía la plaza, la pequeña nevada de los días anteriores se
despegaba del asfalto en forma de manchas, agua y barro; pero no
caería más – al menos en el día de hoy – la blanca nieve pues
el día se presentaba como agotado de precipitaciones pasadas y pedía
pasar taciturno y tranquilo en el anonimato de un frío día de
invierno, seco, abigarrado y cubierto.
Mis
pasos cadenciosos resultaban molestos a los demás pues iban
desacompasados con respecto a la tiranía de los suyos, los cuales circulaban rodeándome como obstáculo matinal que se
movía de forma inquietantemente tranquila. Al pasar, me miraban como
preguntándose “¿qué hace este hombre?, ¿no ve que las prisas
son una dictadura a la que hay que someterse? ¿Acaso alguien puede
vivir tan de espaldas a la realidad?”
Sus
gestos y aspavientos parecían ser las órdenes que esa tirana daba a
sus súbditos, pues viéndoles resultaba imposible no acomodar el
ritmo. Hasta que, al segundo paso, me detendría a preguntarme...
“¿Por qué corro?, ¿tengo prisa, acaso?” Y así, regresaba a mi
honda calada, al resuello cansado de mi pecho embriagado de
contaminación y podredumbre y al ritmo tranquilo y arrítmico de mi
caminar. “La ciudad es la selva del hombre actual”... y a mis
filosofías “lowcost” de quien observa sin entrometerse demasiado
en el desastre general.
Al
cruzar la calle, pude ver desde lejos la figura eminente de Kevin, su
delgadez extrema y su caminar tranquilo como el mío. Un artista, al
fin y al cabo, no hace de las prisas más que otro motivo para
describir la realidad, pero no puede hacerla suya pues dejaría de
ser artista. Su cabeza apuntaba a la vejez en la clásica corona de
fraile que empezaba a despoblar su cabeza. Un fraile poco religioso -
o mucho, según se mire - pues en sus cuadros dibujaba almas más que
personas.
Su
arte ecléctico no se podía calificar de actual ni de tradicional,
su tenso cromatismo era el fiel reflejo de sus conflictos interiores
y de su paradójica paz exterior. Ese cromatismo hizo de sus obras la
mejor inversión para los adinerados y el sutil reclamo para aquellos
que disfrutábamos del arte. Muchos, considerábamos que el conjunto
de su obra había devuelto la esperanza a la pintura agotada de
efectismo y vaciedad, pues la había actualizado devolviendo la
mirada de los clásicos y reponiendo esa visión de eternidad que
impregnaba a sus cuadros.
Como
con las pinturas de Murillo o de Velázquez, sabíamos que sus
cuadros perdurarían; como Picasso, sabíamos que iba a ser un
exponente de su tiempo, un mundo actual que aspira a escapar de sí
mismo para elevarse nuevamente en busca de una nueva verdad; si es
que la verdad acepta novedades.
Abrazando al alma |
Recuerdo
que, en uno de mis primeros artículos cuando todavía no lo había
conocido en persona, llegué a describirlo como el San Juan de la
Cruz de la pintura; pues sus hermosas aspiraciones se recreaban de
almas ansiosas de una caza alta, de la búsqueda interior de algo
bello y perfecto. Una aspiración que excedía de la persona y volaba
por encima de nuestras propias cabezas para encontrar lo mejor de
nosotros mismos. Un arte puro, inmaculado... pero actual y moderno a
pesar de todo.
Él
decía que, en sus cuadros, no buscaba exactamente a Dios sino al
hombre solo. Que el concepto de dios en ocasiones resultaba un foco
demasiado luminoso que alteraba en esencia al objeto de su arte. Que,
al final, Dios resultaba como un fetiche que empleábamos para
encontrar lo mejor de nosotros mismos, y él quería desprenderse de
esa especie de “cajón de sastre” en el que almacenábamos todo
lo que no comprendíamos para darle algún sentido; así, encontrar
al hombre en su estado más puro para representar lo bueno y bello
que habita en su interior dentro de un estado natural sin
interferencia ajena alguna; ya fuera cierta la interferencia, ya
fuera inventada.
- ¿Y si en esa búsqueda, al final, encuentras a Dios?
- Ah, entonces, habré logrado lo que nadie hasta la fecha. Encontrar un Dios innecesario.
- ¿Un Dios innecesario?
- Es que... quiero buscar al hombre desprendiéndole de ese Creador que me impide conocer de lo que somos capaces sin Él.
- ¿Y?
- No lo he conseguido todavía.
- ¿Por qué crees que no lo has conseguido?
- Fundamentalmente porque no soy suficientemente bueno o...
- ¿O?
- O resulta una categoría necesaria. Algo sin lo que el hombre no se puede explicar a sí mismo. Pero, para ser honesto con lo que pretendo, debo descartar ese extremo.
Aquella
conversación me abrió los ojos sobre lo que un verdadero artista
procura en cada obra y las consecuencias de su búsqueda. La
honestidad del autor era su propia contradicción pues, aunque
quisiera olvidar las almas, sólo lograba pintar almas. Y ese era su
conflicto más íntimo, pero se afanaba en su empeño y seguía en
él.
Buscaba
de forma casi obsesiva entre los hombres y las mujeres la belleza
interior del ser humano, más allá de cualquier otra consideración;
preguntándose qué hay de maravilloso en esta criatura que a pesar
de sus egoísmos y atrocidades merece la pena seguir indagando en sus
razones últimas.
Apresuré
el paso y lo alcancé antes de entrar en el café.
- ¡Kevin!, buenos días. ¿Cómo se encuentra?
- Bien, definitivamente bien. A pesar de la operación de rodilla sigo en la pelea, amigo. Pasa, tomemos un café.
Alfredo
Buenaventura es una calle que vive a espaldas del bullicio próximo
de la Castellana, allí regresas a la vida de un barrio de Madrid
entre la Estación de Chamartín y la Plaza de Castilla. Los
“chinos”, las peluquerías y la parroquia de tintes modernos pero
recogida, aportan el aire residencial de los barrios y el tráfico
discurre tranquilo hasta cierto punto, como un eslabón perdido entre
dos nudos gordianos del jaleo, el bullicio y la prisa. Lugares por
donde transita la vida que se queda a vivir en medio de esas prisas,
en calles como esta.
- Me encanta salir a “esta hora cuando la mañana se aleja de la oscuridad y el ritmo trepidante de la hora puntera del alba se mezcla con la noche y el frío. Las lámparas, todavía encendidas, asoman a otro día perdido del invierno.”
- ¡Caramba!, estás inspirado amigo Kevin.
- Más que inspiración es memoria. Estoy recitando el comienzo de “El umbral de la ciudad”.
- Anda, ¿es una novela? No me suena...
- Sí, de un verdadero escritor que nunca publicó nada más que algún libro de cuentos. Parece que fue hostigado hasta que, preso de la desesperación, se suicidó justamente hoy hace un siglo. Tengo todos sus manuscritos, un día te los muestro y verás que era un gran novelista. Para mí el mejor del modernismo en lengua castellana.
- ¡Qué interesante!, ¿tienes los derechos para la publicación de sus novelas? - Mi torpe pregunta salió de improviso y temí haber ofendido al artista con esa cuestión tan interesada.
- Que yo sepa, nadie los tiene. Pero me parecería muy triste que alguien publicara ahora, para ganar dinero, lo que él no pudo publicar en vida. Nunca me gustó pensar en eso de que los artistas podemos valer más muertos que vivos.
Continuará (...)
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