El encierro del escritor. Parte II
Un triángulo amoroso
¿Engaño y desengaño imposible?
Uno de los tópicos más manidos del cine y la literatura es el de los triángulos amorosos. Un tema que, dado que se produce en mi historia, voy a tocar un poco. Pero muy poco y solo para hablar de la mejor película que sobre el tema se ha hecho. Hasta que recuerde otra. Pero esta es, desde luego muy chula.
La película "Butch Cassidy and the Sundance kid", traducida en castellano como "Dos hombres y un destino" es una joya del cine, tanto por reparto, como por su banda sonora, como por su argumento. Dos amigos enamorados de una misma mujer es siempre un tema interesante, si esa mujer es Katherin Ross añade morbo al asunto; no digamos si los actores son Robert Redford y Paul Newman interpretando a los históricos forajidos Butch Cassidy y The Sundance Kid huyendo tras la sucesión de asaltos a los distintos bancos del Wyoming más clásico.
Paul Newman Robert Redford y Katherine Ross en Dos hombres y un destino |
La película ganó premios y obtuvo reconocimientos de todo tipo y tiene secuencias memorables como el final en el que ambos forajidos del clásico Oeste americano se sienten acorralados y no tienen más remedio que salir disparando a quemarropa. Escena final de la película que deja el buen sabor de las películas bien interpretadas y mejor realizadas sin saber cuál es el final real de estos dos hombres.
La otra gran secuencia es el paseo en bicicleta de Butch con la joven profesora mientras suena la inolvidable canción "Raindrops keep falling on my head", canción que puedo asegurar con certeza que es de gran eficacia para todo tipo de parejas. Una gran canción para una gran secuencia,
En un rodaje desenfadado y ligero, la película da la vuelta al calcetín de los tópicos de buenos y malos,y así los pistoleros son tenidos por héroes con un elevado código ético pues roban pero no matan (por ejemplo) o la imposible convivencia de un triángulo amoroso acaba por resultar hasta posible.
Esto da pie a la segunda parte de mi relato:
EL ENCIERRO DEL ESCRITOR. PARTE II
EPISODIO I- GRANVILLE AUTOMATIC
DE 1896
Sentado
frente a su Granville Automatic de 1896 - la joya de su colección de
máquinas de escribir - y con el café preparado a su lado –
humeante y oscuro – se ajustó la muñequera de cuero que la
tendinitis crónica que padecía le obligaba a tener, dispuesto a
permanecer horas pulsando las teclas de esa perfecta máquina,
esponjosas y repiqueteantes como la lluvia fina que cae habitualmente
por esa zona cuando el invierno entra en su fase más húmeda, con
esa calma habitual que el “orvallo” tienen en el norte. Miró a
la ventana para sentir la inspiración que el viento y las olas
empujaban cada mañana a su casa y comenzó a escribir...
“Sunset
Boulevard 1.234, esa era la dirección a la que tenía que acudir
cada mañana para comprobar que todo seguía igual en la residencia
de los Thorpe. Sin embargo, esa mañana iba a ser diferente...”
Paul Newman Robert Redford y Katherine Ross |
- ¡Demonios!, ¿a quién voy a matar ahora? Esta novela es pura necrológica, debería dejar de releer a Poe y al resto de las novelas de misterio..., porque ahora que recuerdo, al comienzo pretendía hacer una novela romántica, costumbrista y sencilla... Y ya ha intervenido varias veces la policía en busca de otro asesino múltiple como en otras novelas anteriores. Además, creo que este argumento ya lo empleé en otra novela, en aquella del misterioso cadáver del metro que un detective mexicano encontró cuando trabajaba en Berlín...
- ¿Sucede algo?, ¿con quién hablas? - Al otro lado de la puerta, Matilde, la secretaria que tenía contratada peguntaba extrañada por las voces de Javier.
- Estee... Nada, nada, Matilde, cosas de la inspiración. - Javier releyó parte de las doscientas páginas que tenía escritas con cierto nerviosismo y las soltó, dejando caer la mano lánguida sobre el escritorio – ¡Maldita sea! Esto ya lo he escrito antes... ¡Matilde!...
- ¿Sí?
- Ven un momento, por favor.
Matilde
entró por la puerta luciendo un ceñido vestido rojo que dejaba
percibir el contorno de su cuerpo al caminar, el pelo recogido con
una especie de aguja larga y brillante que remataba con una perla
blanca y opaca, la cara estaba limpia como preparada para empezar a
maquillarse.
- ¿Qué quieres, Javier? Hoy tengo prisa, que he concertado una entrevista con los de la editorial para resolver las cosas pendientes de tu contrato...
- ¡Ah!, pues vas a tener que posponerlo porque quiero que leas este manuscrito por si ves... Algo extraño en él.
Matilde
resopló, pero no replicó ni protestó pues sabía que Javier no
pedía muchas cosas, pero cuando las pedía - por muy disparatada que
fuera la cosa en cuestión – gozaba de prioridad absoluta. Recogió
el manuscrito y se introdujo en su despacho con la sensación de que
la revisión rutinaria de una novela tenía mala pinta, ya que la
tendría fuera de combate durante dos o tres días, por lo menos y en
el mejor de los casos.
Butch Cassidy y The Sundance Kid en plena acción |
Dos
o tres días sin salir de casa, sin hacer gestiones importantes, sin
conversar apenas con nadie. Desabrochó la cremallera del vestido
rojo saliendo del despacho de Javier para ponerse más cómoda y
hacer el trabajo encomendado, dejando ver un sugerente sujetador
negro que escondía a modo de una promesa imposible para ella, e
inalcanzable para él.
Ambos
guardaban una extraña relación de apariencias y mentiras en la que
ella se mostraba como una amante solícita a los ojos de la gente,
mientras Javier jugaba torticeramente con ella sin realizar promesas
que se salieran de una estricta relación laboral pero dejaba, sin
embargo, que todo el mundo creyera que la relación de ambos
consistía en una sólida relación de amantes a espaldas de su
propia mujer.
La
mujer de Javier se quedaba a lo largo de su encierro voluntario para
concluir la obra que tuviera entre manos en Madrid, siempre que éste
se atuviera a los plazos establecidos entre ambos; con la seguridad
de que lo hacía en la más estricta soledad. Estancia a la que se
veía obligada a permanecer como consecuencia de su trabajo, la cual
alternaba con frecuentes viajes al extranjero también de forma
solitaria.
Las
vidas de Javier y Silvia, su mujer, estaban definidas por una
relación distante, hecha a los años de convivencia pacífica e
interesada; pero seguro que Silvia no aceptaría la existencia de
amantes en esta relación, ni ficticias ni reales; tanto era así,
como que ella no tenía ni idea de cómo organizaba estos viajes su
marido. Eran asuntos que no le incumbían y para los que no tenía
tiempo ni ganas pues sus responsabilidades le dejaban poco para
preocuparse de gestione intrascendentes a sus ojos.
El mítico paseo en bicicleta de Paul Newman con Katherin Ross |
La
supuesta relación era, sin embargo, “conocida” por todo el
mundillo literario, pero Silvia vivía en otro mundo diferente, ajeno
a novelas y editoriales, metida en los quehaceres de su trabajo de
gestión de grandes cuentas en la banca, como si fuera una
cosmopolita gestora de intereses ajenos. Silvia no sabía que su
marido no tenía una amante en Matilde, ni tampoco que todo el mundo
pensaba que sí la tenía. Paradojas de aparentar cosas que no
suceden en realidad, Javier temía – hasta cierto punto - que su
mujer descubriera que aparentaba tener una amante que, en realidad,
no tenía.
Cada
vez que Matilde sacaba el tema de su mujer con la intención de
socavar la firme relación de su falta de relación, Javier le
recordaba que no se puede engañar a nadie si no se le estaba
engañando en realidad.
- Pero, entonces... ¿Por qué te gusta aparentar que lo somos? - Preguntaba Matilde de forma manifiestamente inquisitiva y con tono casi ofendido por lo que acababa por ser una pantomima, un juego infantil, pueril y, a pesar de ello, peligroso.
- Matilde, he sido claro contigo desde el principio. Sabías a qué te exponías y a qué me dedicaba. La imagen de un escritor es tan necesaria para vender libros como escribir lo es para hacer novelas. Necesito de tu imagen de mujer elegante y sofisticada, hermosa y tenaz para que mis historias resulten verosímiles. Pero yo jamás engañaré a mi mujer.
- Eres muy raro, Javier. De verdad. Muy raro. El día que encuentre algo que valga la pena... te dejo. Lo juro por Dios bendito.
- ¿Algo que valga la pena?... Humm, te refieres a un trabajo, porque si hablas de amor... Yo sé lo que te pasa en realidad...
- ¡Te odio! Realmente, te odio. En lo más profundo de mi ser, hay una Matilde independiente de ti que te aborrece profundamente.
Continuará (...)
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