Rosebud
Ciudadano Kane
Relato La Casa del Abuelo
Desde pequeño me ha impresionado la película Ciudadano Kane, una obra reconocida unánimemente como una joya del cine, donde Orson Welles hace un esfuerzo innovador de primer orden revolucionando el cine según dicen los críticos más reconocidos.
No se trata aquí de hablar de la trama ni de las innovaciones, ni siquiera del argumento de la película. Solo quiero hacerme eco de esa misteriosa palabra con la que empieza la película y termina la vida del magnate de la prensa estadounidense William Randolh Hearst (que ese es Ciudadano Kane, en realidad) mientras una bola de cristal que encierra un paisaje nevado cae rodando por el suelo: Rosebud, evocadora palabra de una infancia perdida... o quizás algo más.
Este nombre aparece grabado sobre el trineo en el que el magnate se deslizaba cuando era niño, el mismo día en que - tras el fallecimiento de sus padres, creo recordar -, un banco se hace cargo de su educación a través de la figura de la tutela. Un niño tutelado por un banco, la infancia aniquilada por una fría organización cuyo único objetivo fue el de transformar a un joven en un magnate de las finanzas.
Cabe recordar que el magnate existió en realidad y la película describe de forma más o menos libre (que ya sabemos que en el cine es todo verdad, de alguna manera) la convulsa trayectoria de su vida. Y que este personaje histórico tuvo, por ejemplo, gran influencia en la intervención militar de Estados Unidos en la Guerra de Cuba de 1898, sobretodo en la escandalera que el hundimiento del USS Maine produjo.
Su periódico sería el encargado de imprimir la difamatoria responsabilidad de España en tal hundimiento que hoy sabemos que no fue tal, sino que fue realizado por parte de las propias fuerzas americanas para entrar en esa guerra interesada que ellos llamaron y llaman la Guerra hispano estadounidense.
Su periódico sería el encargado de imprimir la difamatoria responsabilidad de España en tal hundimiento que hoy sabemos que no fue tal, sino que fue realizado por parte de las propias fuerzas americanas para entrar en esa guerra interesada que ellos llamaron y llaman la Guerra hispano estadounidense.
Pero capítulos históricos aparte, la palabrita que pronuncia Orson Wells en el lecho de muerte rodeado de la más absoluta soledad es el motivo o causa argumental de la película aunque su significado y sentido último sigue siendo hoy objeto de discusión, pues hay quien atribuye el término al modo en que se refería Hearst a las partes íntimas de su amante (la actriz Marion Davies).
Más allá de esta vulgar derivación bastante posible en la vida real, es indudable que en la película se refleja perfectamente la amargura por la infancia perdida, el deterioro del magnate aún rodeado de unas riquezas inabarcables cuyo valor fue nulo al lado de la felicidad arrebatada desde aquel día en la nieve.
Más allá de esta vulgar derivación bastante posible en la vida real, es indudable que en la película se refleja perfectamente la amargura por la infancia perdida, el deterioro del magnate aún rodeado de unas riquezas inabarcables cuyo valor fue nulo al lado de la felicidad arrebatada desde aquel día en la nieve.
Quedará la imagen del trineo olvidado primero sobre un manto blanco con el nombre grabado de forma permanente: Rosebud, y recuperado para arder en una última hoguera con todas las pertenencias del millonario al morir. Rosebud queda como una palabra que establece una prohibición, una orden o mandato y que se puede resumir en "la infancia no se toca".
Porque en el fondo de nuestra alma albergamos como patria la felicidad primera, los momentos de los juegos y la dicha infantil que nos hace ser después seres equilibrados y de provecho. Por eso, el magnate lanza en su último aliento esa palabra como quien se explica a sí mismo o se justifica: "Me robaron lo más preciado, mi niñez. Por eso fui un ser despreciable"
Os propongo un relato sencillo que habla de recuerdos, al hilo de la importancia trascendente que Rosebud significa en Ciudadano Kane. Un relato teñido de la melancolía que siempre tienen las casa de los abuelos y que el magnate Hearst no pudo tener porque se la robaron de niño... Rosebud,
Ciudadano Kane es una revolución dentro del cine por sus planos, secuencias, travelling... |
Porque en el fondo de nuestra alma albergamos como patria la felicidad primera, los momentos de los juegos y la dicha infantil que nos hace ser después seres equilibrados y de provecho. Por eso, el magnate lanza en su último aliento esa palabra como quien se explica a sí mismo o se justifica: "Me robaron lo más preciado, mi niñez. Por eso fui un ser despreciable"
Os propongo un relato sencillo que habla de recuerdos, al hilo de la importancia trascendente que Rosebud significa en Ciudadano Kane. Un relato teñido de la melancolía que siempre tienen las casa de los abuelos y que el magnate Hearst no pudo tener porque se la robaron de niño... Rosebud,
LA
CASA DEL ABUELO
Los
viernes por la tarde me gusta acercarme a la vieja cabaña donde vive
mi abuelo. Dejo los libros de la escuela en casa y tomo el autobús
que me conduce tranquilo y ruidoso hasta el cruce que dista apenas un
kilómetro de la vieja choza donde mi abuelo reside desde siempre.
Tantas veces que mis padres se acercan a verle, tantas veces que le
proponen la idea de venir a casa a vivir con nosotros; con la misma
respuesta terca de mi abuelo.
- ¿Dejar la casa que hice con la abuela, con nuestro propio sudor y nuestras manos?, ¿dejar tantos recuerdos felices?... No, no, no... Ni hablar.
Así
dejaba la propuesta siempre suspendida en el aire, hasta que una
enfermedad imposible de predecir o la hermana muerte (con ese giro
franciscano que le gustaba emplear a mi abuelo) lo sacasen de aquella
rústica estancia con los pies por delante.
La
casa, los recuerdos que aquellas paredes guardaban y mi abuelo se
habían hecho uno con el paisaje. Y a mí me gustaba mucho el paseo
de los viernes para encontrarme con el tiempo detenido en aquel
lugar, con las colinas verdes bordadas de Melojos y Espinos Blancos
que jalonan el camino hasta la casa de piedra vieja y recia. Me
gusta, porque yendo por esa vereda o descansando en el hogar de la
casa, te sientes uno con la tierra. Como si fueras propiedad de las
estaciones que fluyen como las cuentas de un rosario a lo largo de
una vida.
En
Primavera, las flores blancas de los espinos flotan a lo largo del
camino dejando tendidos sus efluvios escasos, y su tono blanquecino y
luminoso orla el polvo suelto y arcilloso de la vereda. Los pequeños
insectos que brotan de la tierra por estas fechas insuflan vida nueva
y te ayudan a olvidar las pequeñeces, dando un “Gloria” a la
vida a pesar de todo y de todos. La tierra vieja nunca muere, porque
renace cada Primavera.
Las
hileras de hormigas y las mariposas isabelinas que aparecen de cuando
en cuando, al rodear el río, me devolvían en su inquietud y fulgor
a cuando, no hace tanto, yo era niño... Y corría por aquellos
campos en procura de las amigas aladas, o con la intención de buscar
el hormiguero de insectos infinitos con su perfecta organización.
Regresan entonces, como siempre, las mismas inexplicables preguntas
que formulaba siendo niño a mi abuelo, “¿por qué tanta belleza?,
¿por qué tanta organización?”
Al
llegar a la casa, las ondulaciones del camino cesaban y quedaban
dormidas en una amplia explanada que remataba en dos cipreses, como
antesala de la construcción de piedra y de madera. Cipreses que
había plantado mi abuelo siendo niño a la puerta de la casa, cuando
aquélla no era casa más que en el deseo infantil de un niño rubio
de poderosos ojos azules y con la fuerza portentosa de un mulo joven
y constante.
La
puerta de tono ocre, vigilada por los árboles eternos, estaba
abierta como siempre. Al fondo, entre luces del hogar tardío, se
agachaba la fuerte figura de mi abuelo. Un saludo sin mirar, y su
cara recia, fina y arrugada se giraba para confirmar en mi presencia
su primera compañía, su más importante compañía a lo largo de
toda la semana.
- ¡Hombre!, pero si ya ha llegado mi nieto preferido. Te esperaba impaciente.
Al
incorporarse podías notar la vieja juventud que aporta el campo y la
soledad al hombre solo. Una juventud vieja con dolores intermitentes,
pero capaz de superarse cada día porque el campo exige mucho y exige
siempre. Al rostro enjuto cuando el dolor aparece y la sonrisa difusa
de cuando llega a controlarlo con la voluntad; le siguieron unos
brazos abiertos y, entonces, mi cuerpo se rindió al sentirse acogido
por el gesto pacífico y familiar de mi abuelo.
- Aquí estoy, abuelo. ¿Te ayudo con la leña?
- Sí, claro. Ya estaba terminando. Recupera aquellos restos que se me han caído, yo voy a por un buen trozo de queso y algo de vino. ¿Te parece?
- Vale, abuelo... No se lo diremos a papá.
- ¿Qué le vamos a decir que no sepa ya? Si él y yo hacíamos igual a espaldas de Matilde. Mírala, ahí está su asiento. Como cuando ella vivía, vigilando todos mis movimientos.
- ¿No te sientes demasiado solo, aquí, abuelo?
- ¡¡Qué va!! ¿Solo? Pero si no hay mejor compañía que los recuerdos y la naturaleza, hijo mío. Voy a por esto. Remueve la leña...ya sabes, ¡que se haga brasa!
El
crepitar lastimero y fuerte del hogar, la luz difusa y rojiza, y el
olor que desprendía la leña al arder lentamente resultaba un
pórtico de buenos momentos, de los mejores quizás. Le seguía la
esperanza de una charla alegre con mi abuelo, sus preguntas
incesantes y el sabor del queso ahumado y el vino joven que él mismo
preparaba.
La
cocina devolvía los torpes sonidos del cristal, el cuchillo, la
madera y los huesos envejecidos del anciano campesino. El tizón
hacía su efecto y el cálido aroma de las brasas me traía los
recuerdos de mi abuela Matilde. Al final, las cosas de la cabeza son
duras de aguantar, la memoria frágil de alguien a quien quieres es
peor que la soledad, porque cuando estás solo, y dominas esa
soledad, puedes traer los recuerdos agradables y desterrar los malos
momentos; sin embargo, las largas enfermedades que acaban en demencia
y en olvido, las más de las veces, son días enteros de gritos y
penurias al contemplar que alguien - ya mayor - regresa a la niñez
incontrolada del capricho, la mudez y el esfínter incontrolado.
Fueron,
aquellos momentos, peores que los presentes para mi abuelo.
Recuerdos, estos, interrumpidos cuando una figura extrañamente
presurosa de un hombre anciano apareció de nuevo en la sala, con sus
manos temblorosas y sosteniendo una madera que soporta al queso de
toda la vida; al mismo queso al que huele la casa de mi abuelo.
- Ve a coger, si puedes, el vino y las copas. Haz el favor.
- Claro, no te preocupes, ya voy.
De
regreso con el vino en las manos, me encuentro a mi abuelo dormido en
su sillón, con la manta en la rodillas y en el rostro la sonrisa y
el reflejo reverberante del fuego. Un trozo de queso en la comisura
sobra, y se lo quito. Al lado, girada levemente en la mesilla, la
fotografía de mi abuela joven con una sonrisa abierta y franca que
atraviesa el tiempo y la distancia hasta llenar la escena en el hogar
de la casona vieja.
El trineo con Rosebud grabado ardiendo al final |
- No sé por qué me extraño. Siempre sucede lo mismo. Cuando regreso con el vino, abuela... El abuelo se queda dormido.
Me
detengo ante la foto como esperando alguna respuesta que nadie da,
pero que siento en el aire sin ninguna duda. Alguien, de alguna
manera, me dice que el abuelo me espera para poder descansar. Que la
soledad es dura y agota, que la casa se sostiene porque el abuelo
está en vela y solo cuando llego yo, él puede descansar y, por eso,
duerme.
- Quizás sea cierto lo que siento...
Recoloco
todos los objetos y pruebo el vino primero y, después, el queso. Me
siento al lado de mi abuelo leyendo algún libro pendiente de su
librería, pero no me duermo. Permanezco despierto, en vela, por si
en algún rincón de la casa de piedra vieja hubiera quedado
escondido algún recuerdo.
Recuerdos
de mi abuelo joven o de Matilde; de mi padre siendo niño o del
chocolate de los domingos que me preparaba mi abuela. Los recuerdos
lo son todo..., y todo lo que vivo con mi abuelo, son el tesoro que
yo sabré trasmitir a mis hijos y mis nietos.
La
soledad es dura, pero es buena cuando se atesoran, en ella, los
buenos recuerdos como el sabor ahumado del queso y el seco paladar
del vino de la casa de mi abuelo. No hacen falta historias, basta con
el silencio, el sabor fuerte y la textura cremosa en los labios, con
la sonrisa bondadosa de mi abuelo descansando con un fondo de hogar
que crepita entre añiles, rojos y amarillos.
fin
Gracias a todos los que me seguís desde Blogger, Google+, Twitter, Facebook, Youtube, Linkedin, Wattpad, Webnode,Hotmail, Gmail, Wordpress
Comentarios